A todos nos gusta dormir bien por la noche, y a las personas del pasado también les gustaba.
Mucho podemos aprender de cómo nuestros antepasados desde la era moderna en adelante han atacado los flagelos de la falta de sueño y el insomnio.
1. Apégate a una rutina
Los primeros gurús del sueño creían que la consistencia era la clave para una vida larga y virtuosa.
Todos estamos obsesionados con el sueño, o la falta de él. En nuestro mundo moderno de largas jornadas laborales, altos niveles de estrés y mucho tiempo delante de una pantalla, la búsqueda por conseguir dormir las ocho horas recomendadas se ha convertido en una especie de santo grial.
Pero, ¿qué hacían nuestros antepasados? ¿Cómo combatían la falta de sueño? Lo primero de su lista de prioridades era establecer un período determinado dedicado a dormir, y pegarse a él todas las noches.
De hecho, creían que tener un número fijo de horas de sueño era una de las claves para mantener en buena forma no solo el cuerpo, sino también la mente y el alma.
Para los primeros gurús del sueño, la constancia y la regularidad eran la clave.
John Wesley, líder del movimiento metodista, se hizo eco de las opiniones de sus antepasados del siglo XVII cuando aconsejaba a sus seguidores: «deja las cosas pendientes para el día siguiente, mantén tu horario o todo se acaba».
Tal era la importancia del sueño regular en la psique moderna que, junto con el aire, la dieta, la excreción, el ejercicio y las pasiones de la mente, se consideraba uno de los seis ingredientes clave para equilibrar los cuatro humores del cuerpo: flema, sangre, bilis negro y bilis amarilla. Se creía que esto ayudaba a mantener la salud física y mental a largo plazo.
Tener un horario de sueño regular también se consideraba un importante barómetro de la reputación y la salud espiritual de una persona. Aquellos que mantenían horas de sueño erráticas, o que dormían demasiado tiempo, invitaban a una variedad de insultos.
Elizabeth Livingston, de 15 años, dama de la reina Catalina de Braganza, esposa de de Carlos II, se autodenominó «holgazana de Soloman» cuando confesó «quedarse en cama hasta el mediodía».
Elizabeth estaba claramente temerosa de que esa costumbre estuviera dañando la salud de su cuerpo y su alma
2. Come temprano
Para nuestros antepasados, el secreto de una buena noche de sueño estaba en el contenido de sus entrañas.
Conocemos las cualidades de la cafeína desde que la bebemos. Ya en el siglo XVII, el farmacéutico francés Philippe Sylvestre Dufour declaró que el té y el café deben evitarse antes de acostarse, señalando que solo eran útiles para aquellos «que estudiaban de noche».
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Pero nuestros antepasados creían que la comida y la bebida podían curar la privación del sueño, y también causarla.
Apreciaban la sopa de lechuga por sus cualidades soporíficas y, a menudo, tomaban una bebida caliente y lechosa conocida como «posset», común a la hora de acostarse, que fortalecía el estómago con una «cubierta» de lácteos.
Los primeros consejos médicos modernos establecieron vínculos estrechos entre un sueño saludable y una digestión saludable.
El secreto para una buena noche de sueño puede estar en lo que comes y a qué hora lo comes.
En su libro de 1534, Castel of Helth, el abogado y erudito humanista Sir Thomas Elyot declaró: «la digestión se hace mejor durante el sueño, el cuerpo se relaja, la mente se queda más tranquila y clara, y el humor se atempera».
También se creía que adoptar una postura correcta para dormir aceleraba la digestión. Se aconsejaba dormir con la cabeza levantada para crear una pendiente descendente hacia el estómago, evitando así la regurgitación de los alimentos.
También se animaba a alternar la posición durante la noche. Descansar primero en el lado derecho permitía que la comida descendiera fácilmente al estómago.
Girar hacia el lado izquierdo, más frío, después de unas pocas horas, liberaba los vapores del estómago que se habían acumulado a la derecha y distribuía el calor de manera más uniforme por todo el cuerpo.
3. Duerme en tu propia cama
Nunca subestimes el poder de un entorno de descanso seguro, relajante y, sobre todo, familiar.
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- Para nuestros antepasados modernos, las camas eran apreciadas porque tenían importantes funciones sociales, rituales y emocionales.
«¡Alguien ha estado durmiendo en mi cama!»
Como revela esta famosa línea de «Ricitos de oro y los tres osos», todos apreciamos la seguridad, la familiaridad y el confort que conlleva dormir en nuestra propia cama.
Y no se toma muy amablemente cuando se viola ese espacio. Esto es tan cierto hoy como lo fue cuando el célebre cuento de hadas de Robert Southey se hizo popular en la década de 1830.
Las camas eran apreciadas porque tenían importantes funciones sociales, rituales y emocionales, además de ser lugares de confort y seguridad.
Nuestros antepasados modernos a menudo dormían en camas y debajo de textiles que habían sido transmitidos a través de sus familias, o que les habían regalado por el matrimonio o el nacimiento de un hijo.
- Las mujeres hacían o decoraban sábanas, colchas y edredones para sus seres queridos, y, al hacerlo, le daban a la ropa de cama un gran valor sentimental.
No es de extrañar que la escritora británica Alice Thornton luchara con uñas y dientes contra los tasadores de la corte en la década de 1660 para mantener la posesión de la cama escarlata que su madre le había dado.
Esta era la cama en la que Alice y su descendencia se habían recuperado de las enfermedades infantiles, y en la que Alice había llorado la muerte de su esposo, William.
- Esta obsesión del siglo XVII con la familiaridad parece estar apoyada por la ciencia. Los investigadores del sueño siempre han sido conscientes del «efecto de la primera noche»: la idea de que las personas duermen mal en entornos desconocidos.
Los científicos ahora creen que esto se debe a que la mitad del cerebro está en «vigilancia nocturna», durmiendo ligeramente en caso de que el nuevo entorno sea inseguro.
4. Baja la temperatura
Una de las mejores maneras de dormir por la noche es bajar la temperatura.
Los modernos expertos en sueño creen que hay una temperatura ambiente óptima para dormir bien: 18,5°C. Es posible que nuestros antepasados no hayan tenido acceso a datos tan precisos, pero eso no les impedía ser muy conscientes de que el calor excesivo no es amigo del sueño.
- Entonces, ¿qué hacían para mantener sus habitaciones frescas? Abrían puertas y ventanas, para asegurar un flujo constante de aire, y endulzaban ese aire con el aroma de rosa y orégano.
También apreciaban las sábanas de lino por la sensación refrescante que ofrecían en la cama.
El lino proporcionaba el beneficio adicional de proteger a los durmientes de tres pequeños pero potentes enemigos del sueño: chinches, moscas y pulgas.
Estos, escribió el escritor irlandés del siglo XVIII Oliver Goldsmith, tenían una capacidad incomparable para «desterrar ese sueño al que incluso el dolor y la ansiedad permitían acercarse».
Si las sábanas fallaban, entonces los dueños de las casas podrían implementar varias recetas para limpiar sus camas y fumigar los colchones. Hannah Glasse, autora de Servant’s Directory, o House-Keeper’s Companion (1760), una obra sobre cómo manejar el hogar, aconsejaba a las personas que vivían en áreas pantanosas que colgaran trozos de estiércol de vaca al pie de la cama para mantener a raya a los insectos.
5. Somníferos naturales
En la era moderna, los remedios caseros eran un arma clave en la guerra contra la falta de sueño.
Cuando el sueño se nos escapa, muchos de nosotros buscamos consuelo en las pastillas para dormir. Esa acción no estaba disponible para los primeros insomnes. Pero eso no significa que no tuvieran opciones, simplemente tenían que ser un poco más creativos.
Los remedios caseros para el sueño componían una parte importante de la reserva de medicamentos del hogar, y era precisamente en el hogar donde la mayoría de los episodios de pérdida de sueño se trataban con recetas probadas y transmitidas a través de generaciones.