Una explosión de alegría pura. No hubo más que atender a lo que ocurrió un instante después de que un chico llamado Aziz Bouhaddouz, delantero del Sankt Pauli alemán, cabeceara a su propia portería en una acción que le perseguirá ya para siempre.
Era el minuto 95. El banquillo de Irán al completo asaltó el campo. Los futbolistas persas comenzaron a correr como si no hubiera mañana sin saber muy bien hacia dónde. Su portero, Beiranvand, que había visto todo desde el campo contrario, se echó al suelo. No podía parar de llorar. Y los aficionados, con los ojos cargados de lágrimas, ondearon sus banderas en un estado de júbilo pocas veces visto en un campo de fútbol. Irán ganó el segundo partido de su historia en la Copa del Mundo. El primero fue hace una década frente a Estados Unidos (1-2). Y la clasificación, por qué no, ya no es un sueño.
Había pasado más de un cuarto de hora. El llanto de Beiranvand, que había salvado una clara ocasión a Ziyach un rato antes, seguía bien presente. Entonces, los futbolistas de Irán fueron a por su entrenador. Sí, el portugués Carlos Queiroz. Lo mantearon. Lo abrazaron. Fue su líder en aquellos tramos en los que Marruecos apretó y bordeó un triunfo que los norteafricanos creyeron sencillo. Nada más lejos.
Y todo ocurrió en un día de celebración en el mundo musulmán. Eid al-Fitr, es decir, el fin del Ramadán. El fin del ayuno. El rey de Marruecos, Mohamed VI, había concedido el indulto a 707 presos. El Líder de la Revolución Islámica de Irán, el ayatolá Seyed Ali Jamenei, liberó a 537 reclusos. Y las selecciones nacionales de ambos países, que arrastraron a miles de sus seguidores a la isla Krestovski de San Petersburgo, se dejaron la piel en la búsqueda de un triunfo que les fijara en la historia.
Pero Marruecos es incapaz de engañar. A sus futbolistas les sobra talento y genio. No hay más que ver cómo se desliza por el campo Ziyach, futbolista del Ajax. O cómo descifra el juego Harit, jovenzuelo de 20 años del Schalke alemán. Pero si el combinado magrebí ha estado 20 años sin volver a una Copa del Mundo no ha sido por culpa de talento. Es la falta de constancia la que la limita.
Aunque nada debería borrar esa primera media hora con la que Marruecos hizo soñar a una hinchada que nunca se cansó de darle a la trompeta. Bajo el estruendo, los hombres entrenados por el francés Hervé Renard fueron acumulando oportunidades. Erró Ziyach, que nunca pensó que en el mismo momento en que debía culminar una gran acción de estrategia sería el balón quien burlara la suela de su botín. Belhanda no supo cómo colocar la cabeza a centro de Amrabat, esta vez carrilero. El Kaabi, a quien se le adivinaron pronto las costuras, tampoco encontró portería. Sí lo hizo Benatia tras un monumental barullo, aunque entonces quien apareció fue el meta Beiranvand.
Resistencia iraní
Resistió y resistió Irán, tal y como había demandado Queiroz en la víspera. Defendió con todo lo que pudo. E incluso supo advertir la ansiedad y el miedo en los llamados Leones del Atlas. Los contragolpes persas comenzaron a adquirir sentido. Tanto que el futbolista franquicia de los iraníes, un chico llamado Sardar Azmoun que se gana la vida precisamente en Rusia (Rubin Kazan), se topó con la ocasión de su vida. Su remate llevaba consigo tanta esperanza como desconsuelo. Demasiadas sensaciones como para esquivar a Munir, un portero nacido en Melilla y que esta temporada jugó un único partido en Segunda con el Numancia. Eso sí, titular en el Mundial.
Aquello no fue más que el inicio de una zona gris. A Irán le bastaba con encerrarse atrás. A Amrabat, que había destacado en la primera parte, tuvieron que arrastrarlo entre dos médicos cuando, tras un golpe en la cabeza, no sabía ni dónde estaba. Marruecos llegó a sentirse ganadora hasta que Ziyach se topó con la manopla de Beiranvand. Hasta que llegó esa falta en el añadido con la que los norteafricanos, antes incluso de saber lo que ocurriría, intuyeron su desgracia.
Bouhaddouz se lanzó en plancha cuando vio llegar el balón. El resto, las lágrimas.
https://youtu.be/dRTHBmP40Bc