“El afán sin conocimiento no vale nada; mucha yerra quien mucho corre” (Proverbios 19:2, NVI).
Esther disfrutaba mucho de su trabajo en Barcelona (España), su ciudad natal, donde era muy apreciada por sus compañeros. Un día, su jefe la llamó a su despacho y le comentó que su empresa había decidido enviarla a Buenos Aires (Argentina) durante un año para echar a andar un proyecto por aquellas tierras. La chica aceptó valientemente. Pronto hizo amistad con una compañera de trabajo, quien le ofreció hospedaje el tiempo que fuera necesario.
Fiel a sus valores cristianos, cada sábado Esther se levantaba temprano y se alistaba para ir a la iglesia. La primera vez, los miembros de la familia la miraron con extrañeza y le preguntaron:
-¿A dónde vas tan temprano?
-¿Voy a la iglesia? ¿Queréis venir conmigo?
-¿A la iglesia? Por ahora no. Muchas gracias -fue la respuesta.
La chica siguió insistiendo durante algunos fines de semana, invitando a sus amigos a ir a la iglesia. Cuando vio que todos sus esfuerzos parecían inútiles, dejó de comentar la cuestión con la familia que la hospedaba. Así pasaron los meses y Esther regresó a España, una vez cumplida su misión laboral.
Quince años después de su experiencia en Argentina, Esther recibió una carta que venía de aquel país. ¡Eran sus amigos con los que había vivido! En ella, le contaban que nunca se habían olvidado de sus insistentes invitaciones para asistir a la iglesia cada sábado. Un sábado, mientras caminaban por ahí, pasaron justo frente a una iglesia adventista y se dijeron: “Mira, esa es la iglesia donde Esther asiste y a la que tanto nos pidió que la acompañáramos”. Así que decidieron entrar. Después volvieron y comenzaron a asistir regularmente. Más adelante, aceptaron estudiar la Biblia y, pasados unos meses, fueron bautizados. Pero la cosa no acabó ahí. Sus sobrinos se involucraron tanto en las actividades de la iglesia que uno de ellos decidió estudiar para ser pastor. ¡Esther no daba crédito a lo que estaba leyendo!
A veces pensamos que todo nos tiene que salir bien al primer intento. Y cuando recibimos un revés nos desanimados y dejamos de intentarlo. Pero esta historia nos recuerda que hay que aprender a tener paciencia. Esto es especialmente cierto cuando compartimos la fe con otros. Hoy hemos de sembrar, los resultados se verán mañana. Como bien dice Salomón: “Echa tu pan sobre las aguas; después de muchos días lo encontrarás” (Eclesiastés 11:1).
Pon tu vida hoy en las manos del Señor para perseverar en la predicación de su Palabra.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA JÓVENES 2018
¡RENUÉVATE!
Alejandro Medina Villarreal
Lecturas devocionales para Jóvenes 2018