El sudor era intenso. Carlos respiraba con dificultad. Estaba esposado y permanecía con la cabeza agachada sobre el capó de una camioneta verde. Dos agentes de la Patrulla fronteriza de Estados Unidos los registraban mientras le preguntaban si tenía armas o drogas. Gritaban. Él entendía todo, porque hablaban en español.
Fue detenido hace tres meses en Texas, EE.UU., cuando cruzó la frontera desde México. Su historia la contó a personal de la Cancillería ecuatoriana, cuando fue deportado hace 35 días. Ahí dijo haber caminado 12 horas por el desierto y que iba con otros 10 migrantes.
Escucharon sirenas y voces por altoparlantes que les ordenaban detenerse. Eran agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, en inglés). Fueron apresados.
En la Cancillería también reposa el testimonio de una mujer de 20 años. Fue capturada hace ocho meses en El Paso.
Estuvo 60 días en un centro de detención, mientras los agentes verificaban su identidad. Los coyoteros le habían quitado su pasaporte durante el trayecto “para evitar que huyera”. Una vez detenida tuvo que contactarse con su familia en Ecuador, para pedir que le enviaran una foto de su cédula.
“En las cárceles de la frontera estadounidense hay más ecuatorianos”, dicen organismos de derechos humanos.