QUEVEDO. – En una esquina, inmóvil, con una mirada triste y desconsolada, Édison Plutarco Borja Ortiz observaba como los estudiantes salían junto a sus padres de una graduación. Su camisa desgastada, pantalón de tela y zapatos de cuero, cabello un tanto canoso y escaso acompañaban esta melancólica escena.
En su pretina, una funda le colgaba y dentro de ella, una capa y una toga, indumentaria característica de los graduados. Mientras que en su cuello colgaba una cámara analógica marca Nikon y dentro de su bolsillo tenía una Kodak, esas de antaño que sirven para tomar fotografías.
Sus 10 años de experiencia en la fotografía profesional no le sirvieron para ‘ganarse el pan’ ese día. Apenas cinco dólares hizo de los 400 estudiantes que se graduaron y eso fue porque prestó una capa y una toga a uno de sus vecinos. Nada más.
Plutarco había llegado con el intenso deseo de ‘hacer un cariñito’ para llevar a su casa, pero no, nadie lo tomó en cuenta ese día. Pese a que se levantó antes de las 6:30, comió unos patacones con queso, desempolvó su cámara y salió con mucho ánimo.
“Ya no es como antes, todo ha cambiado. Antes te llamaban, ahora no, los teléfonos tienen su cámara, los fotógrafos profesionales quedaron a un lado, nos han dejado sin trabajo”, contó visiblemente triste.
Antiguamente los fotógrafos estaban en cada cumpleaños, graduación, bautizo, pero poco a poco esta profesión ha ido desapareciendo como una lágrima en la lluvia. Las cámaras tecnologías llegaron y tuvieron que adaptarse, pero ahora con los celulares, los mismos ciudadanos se convierten en fotógrafos.
Eso entristece a Plutarco porque la situación económica está muy difícil. Su hijo de 22 años no ha podido conseguir empleo y tiene que sacar un buen puntaje para ingresar a la universidad, ya que no tiene cómo solventar una privada. Comer un buen plato de comida solamente lo puede hacer en Fin de Año o Navidad.
Como la fotografía ha ido desapareciendo, vive del diario que realiza vendiendo cinturones en el centro de Quevedo, recorriendo calle por calle, e incluso se camina hasta otras localidades. Para Plutarco la esperanza es lo único que se pierde.
“Al final Dios nos da salud y ese pancito diario. Clamo al Señor que nos dé salud y que no me falte un cachito en la mesa”, reflexiona. (EHL)