Fue un partido en el que hubo un libreto preestablecido. Universidad Católica y Barcelona no se hicieron daño no solo por la igualdad a 0 en el estadio Atahualpa, sino porque ninguno de los dos equipos tuvo interés de anotar, de ganar el partido, de arriesgar y de respetar la esencia del fútbol, que es hacer más goles que el rival. Pero así clasificó Barcelona a la final, como ganador de la segunda etapa, y Católica irá a la Copa Libertadores.
“Nos faltó claridad y ellos (los camaratas) no pudieron entrar”, dijo Fabián Bustos, DT canario, para explicar el aburrido ‘pacto de no agresión’ atestiguado en Quito.
Y aunque una eventual victoria le pudo dar a Barcelona la posibilidad de cerrar las finales con Liga (Q) como local, el hecho es que el 23 de diciembre recibirá a los albos en la ida y la vuelta será en Casa Blanca, el 29 de diciembre próximo.
El encuentro no tuvo emociones, no hubo jugadas elaboradas para llegar hasta el arco contrario con peligro. Fueron nulas las emociones a tal grado que Javier Burrai y Hernán Galíndez no fueron exigidos.
Católica y Barcelona jugaron a no perder. Rotaron el balón de manera intrascendente, no arriesgaron, no pensaron en el arco rival y hasta parecía que se turnaban para tener la posesión del balón.
Tan inofensivo fue el duelo que Barcelona, creyéndose ya finalista, no puso desde el inicio a jugadores que han sido gravitantes como Emmanuel Martínez, Damián Díaz y Jonatan Álvez; luego retiró del campo de juego a Mario Pineida y Nixon Molina y se los preserva para las finales.
Por la baja intensidad del partido hasta Bustos, siempre activo en la zona técnica, temperamental y recibiendo amonestaciones de los árbitros, estuvo tranquilo en la banca. No reclamó las decisiones del juez central Luis Quiroz.
En Católica, Luis Chicaiza estuvo a punto de anotar, a los 56 minutos. Tras un tiro de esquina remató libre de marca y el balón salió desviado del arco de Burrai. Al poco tiempo Chicaiza fue cambiado. (D) El Universo