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jueves, 21 noviembre, 2024

A los 12 años convirtió un cajoncito de betún en la fábrica que le dio platita para salir adelante

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Por: Luisa Espinoza

Gabriel. Valarezo de 56 años de edad, uno de los muchos lustradores de la avenida 7 de octubre.

Gabriel, nos cuenta su historia de cuánto tuvo que pagar por un par de zapatos encargados.

En medio del desfile del 7 de octubre, con todo el bullicio y la gente por todos lados, llegó un cliente con unos zapatos blancos para que se los limpiara.  

“Yo”, más atareado que nunca, los puse a secar en el sol sobre un cartón, porque así cogería mejor el brillo.

pintura

Pero Gabriel estaba tan metido en el trabajo que ni siquiera se percató de lo que pasaba a su alrededor.

Cuando por fin volteó a ver los zapatos, ¿ya no estaban y asustado se preguntaba qué era lo que había pasado con los zapatos blancos?

Para su mala suerte, una clienta le contó que el camión de basura se los había llevado.

Que ella en el momento que se estaban llevando los zapatos, no dijo nada porque creía que eran basura.

Entonces Gabriel se asustó mucho, sin saber cómo le iba a responder al dueño de los zapatos.

“Tuve que pagar 30 dólares por aquellos zapatos blancos”, se lamentó Gabriel.

 

Gabriel Valarezo vive en el sector La Venus de Quevedo.

Trabaja en la avenida 7 de octubre, donde se dedica a lustrar zapatos y ofrecer sus servicios a todos los transeúntes.

Inició en este oficio cuando recién había llegado a Quevedo con solo 12 años de edad.

Empezó con un pequeño cajoncito, y tras unos años de trabajar con otros compañeros decidió montar su propia plataforma de betún, en cuyo ofició ya tiene unos 34 a 35 años laborando.

Gabriel Valarezo nos confiesa que en un día normal limpia unos 20 pares de zapatos, aunque a veces son menos y otras más.

En su diario oficio, Gabriel ha aprendido que los zapatos de gamuzas y los blancos son los más difíciles de limpiar.

Gabriel cuenta que las cosas ya no son como antes, en su oficio, las ventas han caído bastante, recuerda que en tiempo atrás se podía trabajar hasta como a las 9 de la noche y se llevaba a casa un buen billete.

Ahora, hay días que apenas solo hace 10 dólares, y otros que ni eso, apenas llega a los 5 dólares, a pesar de los tiempos duros nunca ha dejado de sacar adelante a su familia con éste trabajo.

La motivación de Gabriel para seguir en pie es clara, sus clientes fieles y la necesidad de visitar a su madre en el campo lo mantienen en movimiento, además cuando no está las llamadas de sus clientes preguntando por él lo empujan a seguir adelante.

A la juventud, Gabriel les deja un consejo, si no encuentran otras opciones, que le den una oportunidad al oficio de betunero, aunque no sea el trabajo más «glamuroso», puede ser una opción válida para quienes estén dispuestos a ensuciarse las manos y ganarse la vida con esfuerzo.

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