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viernes, 22 noviembre, 2024

Dios tiene planes mejores

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“Clama a mí y te responderé, y te daré a conocer cosas grandes y ocultas que tú no sabes” (Jer. 33:3).

Muchos lectores se sentirán Identificados con el hecho de tener que cuidar de una persona mayor que ya no es capaz de manejar sus asuntos financieros, suplir sus necesidades personales o tomar decisiones sabias. Tengo una amiga soltera que conozco desde hace más de cuarenta años. Ella tuvo una carrera exitosa en el ámbito de la enseñanza. Era organizadora y una persona de gran poder de decisión. Planificó para su futuro mucho antes de la edad en que la gente piensa que está envejeciendo. Vendió su casa y se mudó a un departamento, para no tener que cuidar de un jardín. Su siguiente mudanza fue a una residencia para ancianos, en la cual se proveían las comidas y otros servicios personales. Ahora ha llegado al punto en que debe mudarse a un centro de cuidados prolongados.

La mudanza a un centro de residencia asistida era la más difícil, porque era “el final del camino”. Ella había confiado en mí para que sea su directiva personal, cuando fuera declarada no competente por sus médicos para tomar la responsabilidad por su bienestar. Se negó dos veces a que la evaluaran para transferirla al “lugar del otro lado de la ruta”, como ella le decía. Cuando hicieron la tercera recomendación de evaluación, me llamaron, para que la convenciera de que este era el siguiente paso que debía tomar.

No ansiaba tener que explicarle por qué debía mudarse. Pensé en las cosas incongruentes que hacía ahora. La señal de demencia más reciente era que no siempre respondía el teléfono, porque no sabía qué objeto de la habitación era el teléfono.

Tengo la mala costumbre de dar “sugerencias” a Dios sobre cómo puede ayudarme a resolver problemas. El día que ideaba tener esta charla difícil con mi amiga, pedí a Dios que se asegurara de que no contestara el teléfono, para poder usar esto como una razón por la cual debía mudarse.

Lamentablemente, ella atendió el teléfono, ¡así que desarmó mi discurso! Pero, Dios hizo algo todavía más grande. Sentadas juntas en su atiborrada habitación, le pedí que mirara sus pies. Se había puesto un par de medias amarillas, y había agregado una media azul sobre la amarilla en el pie izquierdo. Ambas nos reímos un rato y ella aceptó que, tal vez debía mudarse.

No nos tentemos hoy a dar sugerencias a Dios. Confía en él. Él tiene planes más grandes y maravillosos de lo que podamos imaginarnos.

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