Se cumplen nueve años de aquel fatídico 16 de abril de 2016, cuando un poderoso terremoto de magnitud 7.8 Mw sacudió las costas ecuatorianas, dejando una huella imborrable de dolor y destrucción en las provincias de Manabí y Esmeraldas.
El sismo, con su epicentro a tan solo 20 kilómetros de profundidad, desató una serie de 1.417 réplicas en el transcurso de un mes, amplificando la angustia y la incertidumbre en la población.
El Terremoto de Pedernales, conocido también como Terremoto 16A, se cobró la vida de aproximadamente 668 personas y generó costos de recuperación estimados en alrededor de 3.350 millones de dólares, convirtiéndose en uno de los desastres naturales de mayor impacto humano y económico en el Ecuador de los últimos 50 años.
Las imágenes de ciudades devastadas y comunidades enteras en ruinas aún permanecen en la memoria colectiva, recordándonos la vulnerabilidad del país ante la furia de la naturaleza.
A pesar del tiempo transcurrido, las lecciones aprendidas de aquel trágico evento siguen siendo cruciales. La necesidad de revisar y fortalecer los sistemas de respuesta ante eventos de tal magnitud, con un énfasis particular en los aspectos preventivos, se mantiene como una tarea pendiente y prioritaria.
Ecuador, ubicado en una zona de alta actividad sísmica y susceptible a diversas amenazas naturales, requiere con urgencia la consolidación de estrategias de gestión de riesgo que trasciendan la mera reacción y fomenten una verdadera cultura de prevención en la ciudadanía.
Un análisis reciente de planes y estrategias preventivas nacionales revela los esfuerzos por articular respuestas efectivas en la población.
En este contexto, el papel de las herramientas tecnológicas emerge como una alternativa oportuna y poderosa para la comunicación de peligros naturales, permitiendo alertar a la población de manera rápida y eficiente.
Adicionalmente, se plantea la ‘geoeducación’ como un instrumento fundamental para la divulgación y el entendimiento de las complejas dinámicas geológicas que subyacen a estos fenómenos. Al facilitar la comprensión de los riesgos y las medidas de prevención, la geoeducación se convierte en una herramienta clave para empoderar a la población y construir comunidades más resilientes.