La comerciante Ángel Betancur lleva 30 años vendiendo loterías junto a su esposo en las calles de Quevedo. Se queda en un pequeño puesto atendiendo a los clientes o transita por las calles de un lugar a otro gritando: ¡Lotería, lotería!
Su vida y la de su esposo no han sido nada fácil, pese a que ellos son quienes dan suerte para que otras personas se vuelvan millonarias.
Con este trabajo han podido mantener a su única hija que ahora tiene 25 años y es ingeniera de alimentos en la Universidad Técnica Estatal de Quevedo. La joven a veces los acompaña en el puesto ubicado en la calle 7 de Octubre, centro de la ciudad.
Su hija es su mayor logro y jamás le ha avergonzado el trabajo, “vergüenza es robar y con esto hemos tenido todo”, comentó Betancur.
Su labor comienza desde muy temprano y se prolonga hasta las 18h00. Antes madruga para ir a retirar los boletos a los lugares de distribución y luego empieza su trabajo cotidiano.
“En este tiempo las ventas no son buenas como antes, las personas compran muy poco, y como estamos en pandemia no hay mucha demanda”, dijo.
También soporta muchos inconvenientes, como el sol, la lluvia y el viento. “La Comisaría Municipal no nos deja colocar una sombrilla, así que tenemos que soportar el sol, dice que dañamos el ornato y que obstaculizamos el paso de los peatones”, contó.
Pero lo que más les molesta es la actitud de quienes se acercan con el pretexto de comprar, y terminan por robarles los boletos, también han sido de víctimas de la delincuencia por varias ocasiones y piden a las autoridades más control.
Pese a que muchas veces pasen desapercibidos, la labor de los loteros sigue en pie y se los puede encontrar en varios sitios de la urbe. Así muchos se ganan la vida y detrás de ellos hay familias como la de Ángela Betancur. (EHL)