“Herencia de los inexpertos es la necedad; corona de los prudentes, el conocimiento” (Proverbios 14:18, NVI).
Llegó al colegio en medio de una enorme indiferencia de
parte de los estudiantes. Su apariencia era de lo más irrelevante, además, no
parecía muy dotado para ser el nuevo maestro de educación física: era bajito,
reservado y sin grandes músculos. Hasta ese momento, el equipo de baloncesto de
la escuela nunca había ganado nada. Pero aquel hombre tomó en serio su papel y
se dedicó a observar a los niños que jugábamos durante el recreo. Al final,
hizo la selección de jugadores y convocó entrenamientos. Los niños lo miramos
perplejos. ¿Entrenamientos? ¿Qué se proponía este hombre? Y ahí estábamos,
entrenando tres días por semana y sometidos a una rigurosa disciplina. Un día,
el profesor llegó con unas enormes cajas y nos dijo: “La próxima semana se
inicia el campeonato infantil de baloncesto y vamos a ganarlo; aquí están
vuestros uniformes”. Recibir aquella sencilla camiseta fue algo sumamente
significativo para nosotros.
Hasta ese momento, nadie nos había dicho que podíamos ganar un campeonato. Ese
hombre creyó que podíamos triunfar y se esforzó por convencernos de ello.
Aprovechaba cualquier momento para animarnos a realizar nuestro mayor esfuerzo
y decirnos que éramos los mejores. Fue así como, con el paso de las semanas,
empezamos a ganar los partidos y supimos que el maestro tenía razón: ¡Podíamos
ser campeones! Y así fue. Era la primera vez que algunos niños sabían lo que
era disfrutar una victoria. En el colegio nos llenaron de elogios. Después,
algunos de los jugadores de aquel entrañable equipo fuimos a varias olimpiadas
infantiles representando a nuestras regiones. Lo interesante fue que, a partir
de aquel año, en el colegio se desarrolló una fiebre por el baloncesto que
favoreció importantes logros en este deporte a las futuras generaciones. Pero
nada de esto habría sido posible sin la influencia de aquel maestro que cambió
el rumbo de muchas vidas.
Elena de White dice al respecto: “Cuando cada maestro se olvide de sí mismo, y
sienta profundo interés por el éxito y la prosperidad de sus alumnos,
comprendiendo que son propiedad de Dios, y que él deberá dar cuenta de su
influencia sobre sus mentes y caracteres, entonces tendremos una escuela en la
cual los ángeles se deleitarán en estar. Jesús mirará con aprobación la obra de
los maestros, y enviará su gracia al corazón de los estudiantes” (Consejos para
los maestros, p. 91).
Todos podemos enseñar a otros a ser mejores personas. Pide a Dios que te ayude
a ser una buena influencia para los demás.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA JÓVENES 2018
¡RENUÉVATE!
Alejandro Medina Villarreal
Lecturas devocionales para Jóvenes 2018