Guillermo Lasso Mendoza, guayaquileño de 65 años, fue posesionado como el cuadragésimo séptimo presidente de Ecuador. La presidenta de la Asamblea Nacional, Guadalupe Llori, tomó su juramento al pie del mural de Guayasamín, la mañana de este lunes 24 de mayo del 2021.
Con la banda presidencial en el pecho, Lasso se dirigió al país:
Hoy estamos 24 de mayo de 2021. Exactamente a un año del bicentenario de la batalla del Pichincha, la última de varias gestas que consagraron la independencia de nuestra nación, y que dieron inicio a nuestro trayecto hacia la vida republicana.
Es un día de rememoración, pero sobre todo de renovación. Porque el Gobierno que hoy nace tiene ante sí la responsabilidad de liderarnos hacia un nuevo siglo de republicanismo ecuatoriano.
Hoy debemos examinar si a lo largo de estos 200 años hemos estado a la altura de esos ideales republicanos que nos vieron nacer. Si hemos hecho honor a aquellos patriotas que al morir en las faldas del Pichincha le dieron vida a este país.
Héroes que lucharon por ideas ilustradas como el imperio de la ley, la libertad individual, y la hermandad entre seres humanos.
Yo pregunto: ¿el país que hoy recibimos responde a la grandeza de aquel sacrificio?
Especialmente en los últimos años, ¿se ha gozado de libertad en el Ecuador? ¿Han imperado la ley y la independencia de poderes? ¿Ha reinado la igualdad de oportunidades?
Los ecuatorianos me conocen como un hombre de acción. Saben que mido todo en función de los resultados que muestra la realidad. Porque sólo ésta revela si hemos tenido el coraje de poner en práctica aquella tarea que nos encargaron los fundadores de nuestro Estado.
Y la realidad dice claramente que no. No hemos estado a la altura.
Hoy recibimos un país con históricos niveles de desempleo. Un país que ha deslumbrado por su incapacidad para hacer frente a una pandemia brutal, pero que países en similares condiciones encararon de forma más ordenada, eficiente, y libres de corrupción.
Un país donde los culpables engordan sus bolsillos mientras los más inocentes – ecuatorianos recién nacidos – ni siquiera pueden llenar sus estómagos. Donde los indicadores de desnutrición crónica infantil están entre los más altos de la región.
Un país con lacerantes desigualdades entre el mundo rural y el urbano.
Un país que le ha fallado a su juventud en educación y creación de oportunidades. Que mantiene en el más humillante olvido a sus jubilados.
Donde ser mujer no es sólo un factor de desventaja, sino de peligro existencial.
Hoy que estamos a las puertas de un nuevo centenario de vida republicana, yo los invito a preguntarse: ¿por qué?
¿Por qué tenemos una tierra tan rica, pero ciudadanos tan pobres?
¿Por qué disponemos de recursos naturales tan abundantes, pero vivimos en medio de la escasez?
¿Por qué teniendo un suelo tan fértil, nuestra economía no produce bienestar para quienes más lo necesitan?
Las preguntas pueden ser miles. Pero la respuesta es solo una. Siempre es la misma.
Y es que nuestros gobernantes nos han fallado.
Ellos no han sabido estar a la altura del sacrificio de nuestra gente, verdadero ejemplo de trabajo. Ni tampoco han sabido aprovechar los ingentes recursos que la naturaleza nos ha dado.
Nos han fallado por la sencilla razón de que traicionaron a nuestros principios fundacionales. En medio de tanta rencilla y lucha intestina, cedieron a la peor de las debilidades políticas: la tentación autoritaria.
Se dedicaron al obsceno culto del caudillo, aquel “mesías” que supuestamente todo lo sabe: lo que está bien y lo que está mal, lo que nos conviene y lo que nos perjudica. Un iluminado que actúa y piensa por todos, que tiene todas las preguntas y todas las respuestas.
Nunca han podido aceptar que este país nació como una república democrática, y que su destino es vivir para siempre como una república democrática.
Pero todo eso cambia este 24 de mayo. En este Gobierno que hoy nace, en este nuevo siglo de republicanismo que estamos a punto de arrancar, termina la era de los caudillos. Hoy reivindicamos este día glorioso e iniciamos la lucha para recuperar el alma democrática de nuestro país.
Y eso empieza por las cosas más básicas e incluso obvias, pero que estamos obligados a decir. Comienza por no acumular más poder en la figura del presidente. Porque la experiencia nos dice que quienes buscan todo el poder luego terminan buscando clemencia por los crímenes que ocurren cuando ese poder se les va de las manos.
Nosotros nos mantendremos fieles a los estrictos márgenes que dictan las leyes. Vamos a tener la humildad, pero sobre todo la fortaleza para decir: seré presidente. Y sólo presidente.
No perseguiremos a nadie. No callaremos a nadie. Gobernaremos para todos. Esto significa no gobernar a favor de un sector privilegiado, pero tampoco en contra de nadie. Tengan la opinión que tengan, hagan la crítica que hagan.
Alguien debe decir “esto se acaba aquí”. Aún a sabiendas de los peligros políticos que conlleva; aún sabiendo que otros estarían ya exhibiendo aquí, en este estrado, una macabra lista de enemigos y perseguidos.
Alguien debe tener la valentía de asumir el riesgo y romper el ciclo vicioso. Y en este punto de la historia eso solo lo puede hacer este nuevo Gobierno.
Por lo tanto, que así sea. Se acabó la persecución política en el Ecuador. Yo no he venido a saciar el odio de pocos, sino el hambre de muchos.
Yo seré el jefe democrático de un Estado democrático. Mi fuerza no nacerá de cuán alto alce la voz para gritar, sino de cuánto escucharé al pueblo antes de hablar.
Detrás de las ruinas del culto al caudillo se empieza a construir una democracia que use el poder limitado por las leyes para hacer más grandes los sueños de sus ciudadanos.
Una democracia donde nadie sea señalado como vendepatrias o enemigo de la patria, y cuyos únicos enemigos sean la enfermedad, el analfabetismo, la desnutrición, la violencia de género. Ese es el mandato del 11 de abril.
Muchos me preguntan cómo logramos que aquel día se diera el gran cambio pacífico que ha maravillado al continente y al mundo.
La respuesta es muy sencilla. Lo que sucedió fue la democracia en sí misma. Luego de más de diez años de autoritarismo, de agresiones, de intentos por instaurar un régimen perpetuo, los ecuatorianos asimilamos la más grande lección democrática: que no hay democracia sin participación.
Hoy, los ciudadanos queremos dar. Queremos contribuir sin pedir nada más que la esperanza de hacer un mejor país. Queremos que nuestro voto signifique un país más justo con las mujeres, un país más responsable con la naturaleza, más equitativo con los necesitados.
Que todos los políticos de este país se acostumbren a que la política es esto: un deseo fundamental de los ciudadanos por contribuir al bien colectivo.
Que esta democracia que hoy recobramos sea para siempre un torrente donde la gente aglutine sus ideales, cada uno más admirable y valioso que el otro. Y que, juntos, esos ideales sirvan para construir un país diverso donde todos tendremos cabida.
Así, más de catorce años después, y a las puertas de un nuevo siglo de vida republicana, en Ecuador aprendimos que sólo hay una respuesta posible ante el autoritarismo: democracia, democracia y más democracia. Juntos decidimos ahogar el mal en abundancia del bien.
Ese es el camino, ecuatorianos. El camino correcto. Sabemos que no nos equivocamos porque las democracias desarrolladas no se han equivocado. Sus grandes avances en bienestar económico, en salud, en educación, demuestran que no se han equivocado. Y por más grande que será la presión para reemplazar nuestra aún débil institucionalidad con la violencia de los gritos, no nos desviaremos ni un milímetro del camino trazado. No cederemos. Porque eso sería hacer un daño mayor.
Aquel ciclo vicioso se acaba hoy. Y hoy inicia el camino al Ecuador del Encuentro.
SEGUNDA PARTE
Nosotros llevamos el espíritu del encuentro en el nombre de nuestro país: Ecuador.
Somos tierra donde se unen hemisferios, regiones, climas, y culturas. Somos los herederos de un encuentro de civilizaciones que cambió para siempre el curso de la humanidad. Somos depositarios de saberes ancestrales de esta tierra, y que en el tiempo se han fundido con las culturas que llegaron desde el viejo mundo buscando libertad.
Pero toda esa historia debe convertirse en un futuro más justo. Ecuador debe significar también una promesa de equilibrio en la vida común. Equilibrio entre las causas de su gente. Equilibrio entre el crecimiento económico y la justicia social, dos piedras angulares que serán las bases de un país más próspero y equitativo.
Un país donde todos los niños puedan cultivar sus mentes sin importar sus condiciones de origen. Donde los jóvenes tendrán la libertad para reflexionar y buscar la vocación que mejor desarrolle sus espíritus, sin presiones y sin temor al fracaso. Donde la prosperidad material signifique también la limpieza de nuestro aire, de nuestros bosques y mares.
Y es que el encuentro no es un concepto abstracto. Es, ante todo, la certeza de que las causas de este Gobierno serán las causas de la gente. Que la voluntad del Gobierno será la voluntad del pueblo, movido por los mismos objetivos y las mismas esperanzas.
Más que un sueño, serán acciones dirigidas por un Estado eficiente para erradicar el hambre, la enfermedad, la falta de educación, el abandono. Que no haya dudas: nuestra intención no es minimizar al Estado, sino maximizar su capacidad para servir a los más pobres.
Hace poco más de 40 años el presidente Jaime Roldós Aguilera ya nos lo exigía: “Agua quiere el pueblo. El pueblo quiere agua.” El tiempo ha pasado, varios gobiernos han ido y venido, pero los problemas permanecen. El primer punto donde debemos encontrarnos es en nuestra ruralidad, donde nuestros hermanos del campo sufren aún la escasez de servicios como agua potable y alcantarillado. Hoy, al rememorar un año más de su prematura partida, hacemos nuestras las palabras del presidente Roldós. Retomamos su promesa: agua para el pueblo. Y no sólo agua, sino también infraestructura esencial como vialidad, alumbrado, escuelas, y hospitales.
Otro punto de encuentro es reconocer que la lucha por la igualdad de género no es un problema sólo de las mujeres. Es un problema nacional. Un problema ecuatoriano que debe ser abordado por el Gobierno ecuatoriano.
Cuando el desempleo afecta más a la mujer que al hombre; cuando una mujer ecuatoriana gana menos por el mismo trabajo, se produce una inequidad que desgarra el tejido social, empezando por las familias. Y cuando una mujer ecuatoriana es agredida, las heridas las sufrimos todos. Nos convierten en un país menos libre y menos justo, moralmente manchado. Los derechos de las mujeres son derechos humanos. Y pondremos en marcha todas las políticas necesarias para garantizarlos.
Otro punto de encuentro es la erradicación del hambre, especialmente la desnutrición infantil. Es ésta quizás la peor de las desigualdades porque sus consecuencias perduran en el tiempo, en los problemas de crecimiento que padecerán miles de niños que actualmente no reciben alimentación adecuada. La imperdonable inacción de hoy, nos está costando el mañana. Pero el momento llegó para actuar. Este país de encuentro protegerá por igual a todos sus niños, nazcan donde nazcan.
El encuentro se construye también con la confianza que estamos generando en el mundo. Después de muchos años, el planeta vuelve a poner los ojos en el Ecuador. Tan solo al producirse la noticia de nuestra elección, el riesgo país se redujo en más de 500 puntos. Aún antes de posesionarnos, se concretó una de las primeras tareas de cualquier Gobierno: crear una atmósfera positiva para el trabajo y el crecimiento.
Pero esa renovada confianza debe comprometernos a todos, especialmente a quienes dentro del Ecuador tienen la capacidad para emprender y crear empleo. Desde ya los convocamos a iniciar sin miedos la reactivación económica. Aquí está la oportunidad esperada. Demuestren que sin acosos, sin persecuciones, están listos para poner sus recursos al servicio del país, y no al país al servicio de sus recursos. Demuestren su compromiso nacional. Parafraseando unas palabras del presidente Kennedy: mientras como país no podamos ayudar a los más pobres, este Gobierno no podrá ayudar a los más ricos.
Hay otro punto de encuentro que durante demasiado tiempo ha sido eludido. Y se encuentra más allá de nuestras fronteras. Las últimas dos décadas han sido una época de maravillosos cambios tecnológicos. Atravesamos una fascinante era de invención que ha vuelto obsoletas varias nociones del pasado. Y mientras el mundo moderno se hacía más pequeño, avanzando en conectividad, en comercio y educación digital, en el Ecuador nos decían que debíamos encerrarnos, que debíamos hacer más difícil que nuestro talento salga a competir.
Pero la realidad es que ningún país puede vivir aislado. Todos estamos conectados. De la misma forma que ningún ser humano puede vivir sin ser parte de una familia y de una sociedad, así mismo un país no puede darle la espalda a la familia de naciones que conforman al mundo. El aislamiento, el encierro, sólo conduce a la decadencia.
Como país, cubrimos un territorio relativamente pequeño. Pero el talento de nuestra gente es infinito. Es hora de un liderazgo con una visión tan grande como las capacidades de sus ciudadanos. Hoy el Ecuador declara que abre sus puertas al comercio mundial. A la Alianza del Pacífico. A tratados de libre comercio con nuestros más grandes aliados. Nos insertaremos plenamente en el mundo para buscar comercio libre y justo.
Que el mundo sepa también que estamos comprometidos con los principales consensos internacionales para alcanzar el desarrollo sostenible. En 2015 fue adoptada la Declaración “Transformar nuestro mundo: Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible”, acuerdo que coincide en que todas las personas necesitamos de salud, educación, vivienda, empleo, energía, igualdad, paz y ecosistemas sanos para vivir dignamente. El principio es “no dejar a nadie atrás”, lo que pone a la inclusión de los ciudadanos como la prioridad. Todos son objetivos que este Gobierno comparte y activamente impulsará.
El desarrollo sostenible parte de la erradicación de la pobreza en todas sus formas: la lucha contra la desigualdad, la preservación del planeta, crecimiento económico sostenido, y el fomento de la inclusión social. Debemos incluir a los marginados del progreso, a los más pobres de entre los pobres. Para ello necesitamos cambiar la orientación de las políticas públicas con el fin de controlar el cambio climático, construir ciudades sostenibles, cambiar patrones de consumo y proteger nuestros océanos.
Los efectos de la pandemia del COVID-19 significarán décadas de retraso en el desarrollo humano. Es urgente tomar acciones para revertirlos. La Agenda 2030 es una hoja de ruta que requiere del encuentro de toda la humanidad.
Esto nos lleva quizás al punto más crítico en el que debemos encontrarnos: nuestra salud. Tenemos por delante meses difíciles que pondrán a prueba nuestra determinación nacional. Hoy, mientras estamos aquí en esta ceremonia, no podemos olvidar que hay familias sufriendo. Ecuatorianos desesperados por conseguir una cama en un hospital. Ecuatorianos agonizando. Ecuatorianos muriendo.
El país tiene que movilizarse. Ministerios, hospitales públicos y privados, médicos, enfermeras, municipios, juntas parroquiales, dispensarios médicos, todo aquel que tenga la fuerza y el conocimiento para poner la vacuna, o para ayudar a que otro la suministre.
A la pandemia no le importa nuestra economía. No le importan nuestros comercios ni nuestros empleos. Pero tampoco le importa quién la detenga, sea ésta una farmacia o un hospital público. Por eso responderemos desde múltiples frentes, juntando todas nuestras fuerzas para maximizar soluciones que arrinconen al virus. Será el más grande despliegue logístico de nuestra historia para cumplir con el más sagrado deber de un Gobierno: salvar las vidas de sus ciudadanos.
Al emprender esta tarea necesitamos saber que no estamos solos. Necesitamos de la buena voluntad de toda la comunidad internacional, más allá de las inclinaciones políticas. Necesitamos adquirir más vacunas. Todas las que sean posibles. La salud no tiene ideologías ni colores. Este mal global necesita una respuesta global. El pueblo del Ecuador y su Gobierno sabrán responder con la gratitud que siempre nos han caracterizado.
Desde hoy mismo entra en vigor el plan que tendrá como objetivo la vacunación de 9 millones de personas en 100 días. El renovado Ministerio de Salud Pública contará con el apoyo directo del Vicepresidente de la República y la Unidad de Coordinación de Vacunación. Vacunaremos sin descanso porque el virus no descansa. Siete días a la semana, en cada provincia, en cada pueblo y parroquia.
Y cuando hayan pasado aquellos 100 primeros días seguiremos vacunando hasta que la tarea haya sido cumplida totalmente. Y cuando los embates de la pandemia hayan disminuido, y se empiece a respirar mayor tranquilidad en nuestro país, entonces empezará una tarea aún mayor. El verdadero desafío. La lucha para llevar al Ecuador de una vez por todas por la senda de la prosperidad.
TERCERA PARTE
Este no es un mero listado de promesas. No será el nuestro un Gobierno que solo promete; será un Gobierno que nos compromete. Como ecuatorianos todos compartimos el mismo destino. Es obligación de todos asumir los desafíos que nos impone el futuro, enormes retos que no pueden ser enfrentados aisladamente ni por el Presidente de la República ni por esta honorable cámara.
Para concretar el sueño de un Gobierno democrático, del pueblo y para el pueblo, es necesaria una concurrencia democrática sin precedentes. Sin importar el lugar que ocupemos, el rol que desempeñemos, actuemos con la convicción de que todos tenemos una contribución que ofrecer en este irreversible camino hacia la democracia plena.
Necesitamos lo mejor de este Gobierno, de la ciudadanía, y de cada partido democrático también, especialmente los aquí reunidos. Aquí, ante los ojos de nuestros mandantes, hago un llamado a la unidad que debe ser atendido cívicamente. Porque nuestra lealtad va más allá de unas siglas, más allá de los colores de unos partidos. Nuestra lealtad es, ante todo, con el amarillo, azul y rojo del Ecuador.
Obviamente, eso no quiere decir que busco la obsecuencia de años recientes. Más bien, lo que espero de esta asamblea es debate apasionado pero leal; vibrante pero constructivo, donde prevalezca siempre la búsqueda de la verdad y del bien para el pueblo. Un debate que devuelva a la política el prestigio perdido. La democracia no es la ausencia de diferencias e incluso de conflictos. La democracia es la búsqueda del tratamiento pacífico y en derecho de esas diferencias. Así debe ser el Ecuador del encuentro.
Más allá de mi ejercicio como presidente, mi deseo como demócrata es ser testigo de la recuperación parlamentaria como escenario de la soberanía popular. La promesa de democracia plena nos exige que varios organismos del Estado, empezando por esta Asamblea, recuperen sus competencias perdidas. Nunca más concentración de funciones en un organismo dependiente de la voluntad de una persona. Nunca más estatización de la participación ciudadana. Nunca más una deficiente organización en la lucha contra la corrupción. Sin embargo, hasta que el pueblo decida lo contrario, respetaré la institucionalidad actual.
El novelista Jorge Icaza decía que en Hispanoamérica no existen monólogos interiores, sino diálogos interiores. Lo decía porque nuestra identidad no está “completa” todavía. Y esto es porque la identidad ecuatoriana nace, crece, se cuestiona, se reflexiona a sí misma ayer, hoy y hasta que el sol se apague. Porque la identidad no es una sola. Es plural, es de diálogos, de encuentros, desencuentros y reencuentros. Es estar en constante aprendizaje junto al Otro. Encontrar lo que amamos del otro y entregar al otro lo que precisa. Lo antagónico existe y existirá, y nuestro reto es encontrar el centro para cosechar una alianza superior. La diferencia siempre enriquece. Seamos diferentes, pero estemos conectados. “No son choques, es complementariedad y ayuda mutua. Es Minga.”
Éstas son palabras que me impulsan al encuentro de mis conciudadanos. A convocar a los miembros de la sociedad civil a reactivarse. A llenar cada espacio, cada causa, con la bondad de su accionar. En los últimos 42 años de nuestra democracia se otorgó roles protagónicos al Estado y al mercado. Sin embargo, la sociedad no se ha ubicado nunca en el centro de ese triángulo, aún cuando ha gestado proyectos de acuerdos sociales que el Estado ha dado pocas muestras de escuchar.
Mi Gobierno cambiará esa historia. Hoy, en esta transmisión de mando, no debe ser solo el Presidente quien asume el desafío. Debemos ser todos juntos. Que toda la ciudadanía sienta que el poder regresa a sus verdaderos dueños: ustedes. Este Gobierno incentivará a la sociedad en todas sus manifestaciones para que adopte iniciativas de cooperación en el desarrollo de su Estado y de su economía. Por eso me he permitido invitar a esta ceremonia a una muestra de organizaciones no gubernamentales, que no son todas las que debieron estar, pero sí encarnan la voluntad de este Gobierno para reactivar a estos segmentos de la sociedad.
En nuestro país“hay colores opuestos que se vuelven complementarios: allí se encuentran los hombres y las mujeres, el pasado, presente y futuro. Se entreteje lo horizontal y lo vertical, lo celestial y lo terrenal, la tierra y el aire, el agua y el fuego. Un centro donde todos tenemos nuestra razón de ser y nadie ni nada sobrepasa. Hay un centro en el que nos encontramos y ese es un germen de democracia. Más allá de las fotos y colores, de la boleta, del esferográfico, las largas filas y papeletas, las ánforas, los porcentajes y estadísticas, ganadores y perdedores. Se trata de dialogar en un mismo nivel. Se trata de comprender y entender al que está en la acera de enfrente. Es construir y no imponer.”
En este sentido, quiero ratificar una vez más que seré el jefe de un Estado laico. Sin embargo, aquello no implica un país donde se niega nuestro lado espiritual. Tampoco impide que impulsemos una gran reconciliación entre el Estado con todas las religiones que en el Ecuador conviven. Que nuestras creencias sean puentes. Que nuestras convicciones nutran un encuentro más profundo, y más humano.
Aunque muchos jóvenes no lo crean, hubo una época en que la política tenía el poder de ilusionar, pues en ella brillaba aún la decencia. Retumban todavía en mí las siguientes palabras del presidente Jaime Roldós Aguilera. Abro cita: “La independencia nacional y el progreso social nunca han sido el fruto de la acción aislada de ningún gobierno, sino el resultado de la firmeza teórica, la honradez política y la perseverancia sacrificada de toda la comunidad. El destino no está hecho; se labra todos los días, sin odio, sin venganza, sin renunciamientos. Juntos debemos trabajar por construir un nuevo tiempo histórico, donde el pueblo no sólo conserve su irrenunciable derecho a la autodeterminación, sino también a ejercer su función protagónica en el ejercicio de una auténtica democracia.”
Nunca he dejado de creer en nuestro poder para cambiar el destino. Una de mis marcas desde joven ha sido mi negativa total a dejarme dominar por las circunstancias, o por lo que supuestamente debía ser mi vida. Y esa misma convicción me ha traído hasta aquí porque la actividad política también debe ser una manera de rebelarse ante el destino, especialmente el que algunos oscuros intereses nos quieren imponer. Que la política sea el instrumento colectivo para dominar la adversidad. Que juntos cambiemos este presente para convertirlo en el destino que nosotros queramos, construyendo ese nuevo tiempo histórico en que el pueblo ecuatoriano será, por fin, el protagonista libre de su propia historia.
Ese es nuestro reto. Yo, como presidente, sólo puedo aspirar a que mis acciones hablen tan elocuentemente como las palabras de Roldós. Que mis decisiones reflejen sus pensamientos; que mi conciencia responda a sus ideales, y que así despierte en los jóvenes el mismo fervor cívico que en mí brotó hace cuarenta años.
PARTE FINAL
Finalmente, no puedo terminar sin agradecer. Primero a Dios, a quien pido la sabiduría para guiar a mi país en este camino donde muchos antes de mí se extraviaron. Que me conceda la prudencia para discernir siempre entre lo conveniente y lo correcto, entre lo pasajero y lo eterno.
A mis padres. Cuyo legado me recuerda siempre que no importa cuán lejos uno llegue. Lo que cuenta es nunca olvidar de dónde uno arrancó.
A mi esposa María de Lourdes, principio y fin de todo. Este viaje que iniciamos hace cuarenta años no se hubiera completado sin el amor con el que lo has llenado.
Y a mis hijos, porque a pesar de su juventud, es mucho más lo que yo he aprendido de ellos, que ellos de mí.
Ante todo, gracias al pueblo ecuatoriano por confiar en mí. Pueblo maravilloso, pueblo trabajador. El mejor pueblo al que un presidente puede aspirar. A ustedes me une la ilusión que desde niño siento por este país, por su capacidad para levantarse y trabajar.
Yo sé, ecuatorianos, que nunca fui el candidato más convencional. Soy el primero en estar consciente de cada uno de mis defectos. Y así mismo soy el primero en tratar de corregirlos cada día.
Sé también lo improbable que este día parecía para muchos. Que en un momento dado todo esto parecía una batalla imposible.
Pero la verdad es que eso se debía – en parte – a que durante muchos años nuestros predecesores se encargaron de desfigurar nuestra reputación e historia de vida. Y lo mismo hicieron con muchos de los legisladores que están aquí sentados en esta cámara, hoy posesionados como honorables representantes de nuestro pueblo.
Como por ejemplo a usted, señora presidenta de la Asamblea. ¿Quién hubiera dicho que, algún día, un ex banquero y una lideresa indígena proveniente de la amazonía llegarían a presidir – al mismo tiempo – estas dos funciones del estado? ¿Quién lo hubiera dicho? ¿Quién se hubiera atrevido siquiera a mencionarlo? Sin embargo, aquí estamos los dos. Listos para servir y, sobre todo, ansiosos por trabajar en conjunto para bien del país.
Ese es el asombroso poder que nos da la democracia a quienes sí creemos en ella. El poder para desafiar las mismísimas nociones de lo que puede ser posible. El poder para no conformarnos con la realidad, sino para moldearla con nuestra voluntad.
Es el poder para lograr lo que hasta hace pocas semanas nadie se hubiera atrevido a imaginar.
Pues bueno, es la hora de atreverse. Hoy es una realidad concreta que abre un mundo nuevo de posibilidades y oportunidades para nuestro pueblo. Abracémoslas. Aprovechémoslas. Hagamos que éste sea el momento que todos hemos buscado, el momento en que no nos equivocamos, el momento en que cambiamos de verdad.
Esto no es un error. Esto no es ingobernabilidad. Esto es, al contrario, una invitación a seguirnos descubriendo. A continuar por un camino nuevo, abierto ante nosotros, listo para ser explorado. Un camino que otros, aferrados al miedo y la división, ni siquiera se atrevieron a pisar.
Esto es conquistar nuevos territorios de paz, convivencia, y prosperidad. Es aventurarnos hacia un nuevo destino de un nuevo tiempo. Es sacudirnos de las taras del pasado, y al hacerlo, atrevernos a ser otro país, aquí y ahora, desde este mismo momento, desde este mismo instante.
Esto es lograr lo inimaginable. Esto es hacer historia.
Atrevámonos, ecuatorianos, a cambiar.
Por último, invocando una vez más las palabras de Roldós, concluyo: ¡Mi poder en la Constitución, y mi corazón en el pueblo ecuatoriano!
Que viva el Ecuador eternamente democrático, eternamente republicano. (I)