“La justicia protege al de camino perfecto; la impiedad trastorna al pecador” (Proverbios 13:6).
Mi abuela fue una ferviente cristiana gran parte de su vida.
Siguió los principios del evangelio como se los enseñaron y así lo transmitió a
su familia. Pero un día enfermó y su fuerza y energía para participar en los
programas de la iglesia se agotaron paulatinamente. Mis padres la internaron en
el hospital, donde permaneció poco más de un año. Todos los días yo iba a
visitarla al salir de la escuela. Allí estaba ella, viviendo en el frío
ambiente de un centro médico, luchando con su deteriorada salud. Después, mi
madre me llevaba a casa. La situación de la anciana era muy compleja. No
obstante, al llegar el sábado anunciaba su deseo de asistir al templo. No
importaban las explicaciones ni los argumentos para que permaneciera en el
hospital: nada la hacía cambiar de opinión. Había que conseguir pases de
salida, una furgoneta y cinco varones para trasladarla. Al llegar a la iglesia
su corazón se renovaba y las lágrimas corrían por sus mejillas. Ahí estaba en
la congregación con su andador y su vestido de sábado, cantando sus entrañables
himnos y adorando a su Padre celestial. Luego se disponía a regresar al
sanatorio con una sonrisa en su rostro.
En el capítulo 2 del Evangelio según Marcos, la Biblia presenta el caso de un
enfermo que anhela fervientemente ir a Jesús. Sus malas decisiones en cuanto a
su estilo de vida lo habían conducido a la enfermedad. Era consciente de que su
intemperancia lo tenía postrado en cama. Sin embargo, aunque no podía valerse
por sí mismo, sabía que Jesús tenía la facultad de sanarlo. Así que tenía que
convencer a otras personas para que lo llevaran al Médico divino. No sabemos
cómo lo hizo, pero logró persuadir a cuatro personas para que no solamente
cargaran su camilla hasta la casa donde predicaba el Señor, ¡también las
convenció para que quitaran una parte del techo y lo introdujeran ante la presencia
de Cristo! ¡Ese hombre sí que tenía el don de la persuasión! ¿Pero por qué
tanto interés en ver a Jesús? Necesitaba que el Salvador perdonara sus malas
decisiones que lo habían conducido a la enfermedad. Y cuando estuvo delante de
él, ni siquiera tuvo que hablar: Jesús leyó su corazón y le otorgó el perdón.
Jesucristo conoce las preocupaciones de tu corazón. No te quedes ahí tan
tranquilo. Haz todo lo que esté a tu alcance para mostrar al Señor tu deseo de
obtener el perdón de tus malas decisiones. Ni siquiera una enfermedad te puede
detener para entregarte al Señor. Dile que lamentas tu mal proceder y solicita
su perdón. Hoy es el día.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA JÓVENES 2018
¡RENUÉVATE!
Alejandro Medina Villarreal
Lecturas devocionales para Jóvenes 2018