Un pueblo volcado a las calles. Euforia. Lágrimas. La llegada ayer, jueves, del papa Francisco a Lima y su primer día en Perú implicaron un giro de 180 grados respecto al marco que rodeó su paso por Chile, atravesado por críticas a la Iglesia chilena y al propio pontífice y cierta apatía traducida en una menor concurrencia que la prevista a sus ceremonias.
Con una ciudad que hacía días que tenía desplegado en las calles gigantografías con la imagen de Francisco, el Papa realizó el trayecto entre el aeropuerto y la Nunciatura Apostólica en papamóvil saludando a una multitud fervorosa en el largo trayecto que lo esperaba desde hacia horas y que lo vivó con fuerza a su paso.
Al llegar a la Nunciatura –donde dormirá las tres noches que estará en Perú- tuvo que extender el desplazamiento ante el reclamo popular. Y esta mañana, antes de viajar a Puerto Maldonado, también debió salir al balcón para saludar a la gente que se había agolpado desde temprano y reclamaba su presencia. Rezó con ellos y los bendijo.
Se descuenta que sus celebraciones en Puerto Maldonado este viernes, en Trujillo el sábado y, sobre todo, la misa que oficiará el domingo en Lima antes de regresar a Roma serán muy concurridas. La demanda de entradas –que son gratuitas- es otro claro indicio del interés que suscita entre los peruanos su presencia.
En verdad, el cambio era previsible: si bien aquí también se dieron casos de abuso sexual cometidos por clérigos, no tuvieron el impacto que alcanzaron en Chile.
Además, en Perú la religiosidad se mantiene alta, a diferencia de Chile, donde la Iglesia católica perdió al menos el 20 % de los fieles, la mayor caída en América Latina.