“La bendición de los justos enaltece a la ciudad; la boca de los impíos la trastorna” (Proverbios 11:11).
Hace tiempo, una reconocida universidad privada de México promovió actividades de apoyo a los necesitados entre sus estudiantes. Cuando se le preguntó al rector la razón de esta medida, respondió: “Hacer el bien a un ser humano deja una importante marca en tu vida que te ayuda a ser una mejor persona; además, te conciencia de tu propia naturaleza y te permite entender las verdaderas prioridades de la existencia’’.
El maltrato a un ser humano envilece a quien lo lleva a cabo y deja una huella en su corazón que acaba con sus más nobles rasgos. Algo similar sucede cuando se actúa en contra de los animales o el medio ambiente. Destruir a otro ser vivo termina por destruirnos a nosotros mismos.
Somos los seres humanos quienes hemos inventado las fronteras sociales, raciales, culturales y éticas e insistimos en crear diferencias para aprovecharnos del prójimo. Sin importar el color de la piel, el género, la nacionalidad o el idioma, los seres humanos somos hijos de Dios (Gálatas 3:26-29). Sembrar diferencias para obtener privilegios y someter a ciertos sectores de la sociedad es contrario a la Palabra de Dios. Jesucristo vino para garantizar la futura igualdad de los hijos de Dios. En tanto regresa, es necesario recordar que debemos tratar a nuestros semejantes como trataríamos al propio Jesús, sin importar sus rasgos físicos o su condición social.
A pesar de que Jesucristo dio su vida en la cruz del Calvario para garantizar que los seres humanos seamos valorados no tanto por el color de la piel, sino por el contenido de nuestro carácter, más bien, será en ocasión de la segunda venida de Jesús (1 Tesalonicenses 4:16,17), y con el establecimiento de su reino, cuando un nuevo sistema de valores será puesto en práctica en este mundo. Para cambiar al mundo hace falta algo más que buenos deseos. Se requiere un cambio radical de actitudes, valores y esquemas mentales. Algo como lo que describe el profeta Ezequiel: “Os daré un nuevo corazón, y os infundiré un espíritu nuevo; os quitaré ese corazón de piedra que ahora tenéis, y os pondré un corazón de carne. Infundiré mi Espíritu en vosotros, y haré que sigáis mis preceptos y obedezcáis mis leyes” [Ezequiel 36:26, 27, CST).
La buena noticia es que esos cambios los podemos empezar a disfrutar desde ahora, aquí en este mundo. Si aceptamos al Señor en nuestras vidas, él nos ayudará a transformar y modificar nuestras actitudes hacia los demás, para así construir una mejor sociedad.
Devoción matutina para jóvenes 2018
¡Renuévate!
Alejandro Medina Villarreal
Lecturas devocionales para Jóvenes 2018