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jueves, 26 diciembre, 2024

Venezolanos llegan a Quevedo en busca de una mejor vida

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Johanna Pérez tiene 27 años, es ingeniera en administración de empresas y está embaraza. Su vida pasó de tener un trabajo seguro en Venezuela a vender mascarillas en las  calles céntricas de Quevedo.

Ella cuenta que la crisis económica en su natal la obligó a migrar hace dos años, llegando a Bogotá, Perú, donde se radicó por un tiempo con su hijo de 3.

Dejó a su padre, madre y hermana, quienes ya se acostumbraron a vivir en la crisis, con lo justo que tienen en el bolsillo.

Johanna, como le dicen todos, contó que quedó embaraza en Bogotá de su ex marido, quien luego la abandonó. Desde allí tuvo que ‘buscárselas’ con su pequeño hijo y uno que viene en camino.

En Navidad y Fin de Año no probó ni pollo. Pasó con su coterránea quien también decidió salir por la crisis económica y política que hay en su país. Oraron juntos y se acostaron a dormir ese día, recuerda.

“Antes tenía todo lo que uno quisiera, pero llegó el momento en que se puso fuerte la cosa. Ahora no hay como comer bien, ni tener un buen par de zapatos. Se va la luz el agua…”, recordó.

Sale a la calle a buscar el diario y paga un hotel. Hay personas que le ayudan ‘haciéndole’ el gasto. Pronto acudirá a los chequeos por su embarazo en un hospital de la ciudad.

Aspira volver a su país o tener un trabajo estable en Ecuador, pero por su estado de gestación se le ha hecho muy difícil, contó.

En la otra esquina tres muchachos hacen malabares para ganarse unos centavos: Alejandro, Alberto y Wilfrido, son hermanos de calle. “A veces las personas prefieren atropellarte”, dice uno de ellos.

Alejandro y Alberto son hermanos de sangre y chefs profesionales. Han trabajado en varios restaurantes del Ecuador, pero la pandemia lo complicó todo y fueron despedidos. “En Playas trabajé, pero cerraron las playas y el negocio tuvo que quedarse con los familiares”, contó Alberto.

Alejandro tiene 20 años y terminó el bachillerato, no pudo volver a estudiar. “Tenía que elegir entre estudiar, morir de hambre o trabajar, así que decidimos salir a buscarnos el pan en otro país”, dijo.

Mientras que Wilfrido empezó su carrera laboral en un circo, allí aprendió a dominar los malabares de fuego, es todo un especialista. Su forma de vestir de un rastafari, no tiene que ver nada con su personalidad, es una persona atenta y cordial.

Los tres buscan una mejor vida en Quevedo, duermen en la calle, cerca de un UPC porque le han comentado que la delincuencia está “insostenible”. “Donde caemos, si hacemos algo en el día, pagamos un hotel, si ha de haber uno barato”, dijo Wilfrido. (EHL)

 

 

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